Hace más 20 años atrás llegué por primera vez a Argentina.
En ese tiempo solo tenía 5 años y mi idea de un viaje se limitaba a
montarse en un carro e ir a la playa, pero la jornada que viví aquella
vez fue más que eso. Por primera vez monté en avión.
Recuerdo
que todo empezó el 29 de Junio de 1995 por la tarde, mi abuela estaba arreglando las
maletas que cada uno iba a llevar, en la de ella parecía haber empacado muy
poco, apenas lo necesario para unos días; mientras que en la mía si
estaba todo, incluso mis tres juguetes favoritos, un camión de bombero, un lego de más de 300 piezas y un muñeco de trapo negro y algo viejo, viajaron conmigo. Esa fue nuestra tarde antes de ir a conocer a mi tío "Chilo", bueno eso era lo que decía mi abuela que íbamos a hacer, años más tarde me enteré que la intención del recorrido de más 5000 kilómetros era otra.
La
mañana siguiente empezó con una ducha al son de la versión de "la gota fría" de Carlos Vives, no podía ser mejor banda sonora para la sensación del agua que caía sobre mi piel o tal vez era un presagio de la noticia que mi abuela recibiría 3 meses más adelante.
En la mesa estaba servido mi desayuno favorito -todavía lo es- papa frita con queso costeño y café con leche; lo comí como si fuera lo último que comería en mi vida. Tras terminar de desayunar hicimos un muy corto viaje al aeropuerto en el que apenas estuvimos por unos minutos tras las despedidas de mi madre y el abrazo fuerte de mi pequeña hermana, quien a pesar de sus 3 años todavía no decía palabra alguna. De como subí al avión no recuerdo mucho, ni mucho de mi estancia en este; solo recuerdo que viajamos primero de Cartagena a Bogotá y que en dicho aeropuerto, el único en el que hicimos una escala, encontramos a mi papá y nos despedimos de él, quien mientras me abrazaba me dijo que le hiciera caso a mi abuela en todo, como si no viniera haciendo eso desde los 2 años, cuando decidió encargarse de mi educación y crianza, cuando decidió convertirse en mi mamá.
En la mesa estaba servido mi desayuno favorito -todavía lo es- papa frita con queso costeño y café con leche; lo comí como si fuera lo último que comería en mi vida. Tras terminar de desayunar hicimos un muy corto viaje al aeropuerto en el que apenas estuvimos por unos minutos tras las despedidas de mi madre y el abrazo fuerte de mi pequeña hermana, quien a pesar de sus 3 años todavía no decía palabra alguna. De como subí al avión no recuerdo mucho, ni mucho de mi estancia en este; solo recuerdo que viajamos primero de Cartagena a Bogotá y que en dicho aeropuerto, el único en el que hicimos una escala, encontramos a mi papá y nos despedimos de él, quien mientras me abrazaba me dijo que le hiciera caso a mi abuela en todo, como si no viniera haciendo eso desde los 2 años, cuando decidió encargarse de mi educación y crianza, cuando decidió convertirse en mi mamá.
Unas horas más tarde partimos a Brasil, una escala anterior a Argentina, según lo planeado debíamos bajar en Sao Paulo y esperar por otro vuelo, mas mi abuela - como siempre supo hacerlo- encontró la manera para que nos quedáramos allí y evitar las 5
horas de espera que teníamos para tomar el avión a Buenos Aires. Y así, tras un corto viaje, llegamos a la mañana siguiente a nuestro primer destino en este nuevo país. De ese
momento cuando salimos del avión a buscar los equipajes y pasar por los respectivos controles, evoco que las azafatas estaban encantadas con el "morochito que
hablaba como los grandes", al igual que algunas personas que conocimos
en nuestro camino a tomar el bus que nos llevaría a nuestro destino
final, Rosario.
Han
pasado 20 años de eso y otra vez estoy en Argentina, y debo decir que
el principal motivo que me trajo de vuelta es ese recuerdo de mi
infancia, de mi primer viaje; pero sobretodo el recuerdo del chico sonriente, sencillo e inteligente que se esfumo en el devenir de los años y que ahora poco a poco está regresando.
Juan Pájaro Velásquez
Juan Pájaro Velásquez
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