domingo, 16 de julio de 2017

Notas para permanecer

Toda mi vida la he visto a ella contemplar por una salida, flotando entre una conversación y una puerta. Esa era nuestra dormida, medicada y rica vida. Me imagino que ella en sus sueños se veía alta con una gran sonrisa enmarcando su rostro. Me siento más como su hijo cuando soy el hijo único de nuevo, arrastrado por ella a una fiesta que disfruto, pero que de la nada dejo de disfrutar. Imagino en nuestro futuro, dos autos en una autopista marchando juntos al vacío, lo que es una manera cobarde de decir, de que no me puedo matar a mi mismo hasta que ella muera. Si la alegría es lo que nos ata a la vida la mayoría de los días, ella y yo estamos por encima, flotando en el pavimento. Atados juntos por los hilos deshilachados de su vestido de noche, simplemente siendo. Toda mi vida he mordido los nudos de la soledad. Nadie quiere estar vivo cuando son olvidados. Cuando ella se vaya, ¿quién dirá/llamará mi nombre?
Y debería mencionar a la esperanza, ya que la esperanza es lo que desarma esa bomba que es la ciudad cuando sus hijos se van a dormir; el cable rojo, el cable azul de optimismo de su voz cada vez que yo decía, yo no necesito ningún amigo, solo estamos tu y yo, en mi todavía hay un niño que no cree merecer tanta misericordia de ella. También está ese niño que recuerda cuántas veces le dijiste que lo entendería cuando fuera grande, tenías razón, así como cuando me recordabas que vamos a morir algún día. La muerte, esa desesperación aburrida de nuestra vida que va limpiando la mesa en la que hemos comido, ¿quién necesita una última cena o una buena razón para abandonar la fiesta antes de que las cosas se tornen “raras”? Quizás eso, si eso, sea la esperanza. Quizás la esperanza es parar la historia antes de que se acabe, antes de ese inevitable y desastroso fin. Por favor traficante de discos e historias rotas, de regalos adelantados de cumpleaños, empujame, atraviesame en tu autopista, dejando mi historia allí, dejando este cuerpo entero en medio del aire iluminado por las luces delanteras de tu auto, como en una pequeña canción, como un pixel en la pixelada boca de la esperanza, o cualquiera que sea eso que nos conduce a la puerta del mañana, esa puerta de la que no tenemos llave y no queda más que devorarla para poder seguir.

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