martes, 11 de julio de 2017

1622

Los recuerdos se activan en este día gris, acompañado por la lluvia y un debate entre el ruido y la pasividad que provocan estados ambientales como este en medio de la rutina laboral al que este, estos, sistemas nos acostumbraron e implantaron en nuestra psiquis como deseo y norma.

Camino despacio, dubitativo, cavilando en el apoyo de cada pie sobre la vereda si lo que estaba por hacer era lo correcto; lo era, lo sabía, mas no paraba de rodear la idea de lo artificioso que resulta el trabajo como medio para sobrevivir/pervivir/vivir. Paso enfrente del lugar, lo miro y compruebo su finalidad, sigo adelante, no me detengo, llego a al esquina y sin quererlo estaba allí, en esa calle, frente a ese edificio, al que visité en un día igual a este, frío, lluvioso en una primavera mas parecida a un invierno. Ese 1622 estaba de nuevo en mi camino y creí que era magia, que debía regresar a ese lugar y vencer el miedo, pues me convencí en medio de mi obsesión por el recuerdo constante de ese encuentro de cuerpos y almas que experimentamos; que era destino que estuviera allí, que trabajara allí, creí que la energía que insiste en juntarnos cuando nos convencemos que el otro ha dejado de ser, ha desaparecido va a hacer que estemos constantemente a unos metros.

Ese día, en ese 1622, enloquecí, mi obsesión adquirió un nombre y me enfermé de vos; a veces lo maldigo, otras simplemente a mi Ser ser, como a sido esta vez. Ojalá la realidad haga una fabulosa entropía conmigo y destruya la magia de una vez y para siempre y así erradique esta enfermedad que creo llamar Amar.

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