viernes, 25 de diciembre de 2015

LAS VALLAS DE RETIRO: Esperando en la terminal de Buenos Aires

Pensar que tienen una ciudad hermosa es lo más obvio, creer que todo ha sido intervenido para crear dicha ilusión no lo es; su idea de perfección se desvanece en el horizonte cuando te detienes a observar lo que hay frente a tus ojos y las vallas de Retiro -la Estación de Omnibuses de Buenos Aires- son un ejemplo de esto.

Te sientas en cualquiera de los asientos exteriores de dicha terminal, miras cada una de estos avisos y quedas con la idea de un país, de una ciudad preocupada por sus habitantes; idea reforzada con los frondosos y verdes árboles detrás de estas  y aún más al horizonte el cielo es embestido por los edificios de la ciudad porteña; pero si te detienes a observar entre las rendijas y huecos de las copas de los árboles simulaciones a gran escala de castillos de naipes de cemento, ladrillo y metal se hacen presentes; uno al lado del otro, uno encima del otro como emulando en su disposición espacial al tránsito de las peatonales y avenidas de está ciudad. Son casas precarias, enrejadas, verticales y horizontales hacia el infinito, sin límites claros entre una otra y otra; son casas que dejan ver a través de su visibilidad invisible lo que entiende por bienestar el gobierno que está hace 8 años en la ciudad y recién inicia a ser el que dirige el país. 
Todo en esta urbe tiene que ser lindo, tiene que verse bien, tiene que ser perfecto; la retórica de la felicidad en su máxima expresión y degradación; la mediatización de las formas de vivir en cemento y acero fundido. 
Quizás esté exagerando, quizás esté siendo sensato; en cualquier caso me preocupa Argentina tanto como el país en que nací, Colombia. Dos lugares que tienen todo pasa ser grandes pero han pasado en repetidas ocasiones por la boca de manadas de lobos hambrientos de dinero y/o poder y no de ganas de servir a un pueblo que simplemente merece lo mejor.



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