lunes, 14 de diciembre de 2015

Huellas Invisibles


Siempre he tenido la sensación de estar determinado a ocupar un lugar del cuál no puedo salir, incluso si mi deseo es no ser objeto de miradas contemplativas y juicios de valor ante el exotismo biológico inherente a mi, pero pasa y ya casi es costumbre. 

En mi infancia no podía notarlo, pero mi abuela lo sabía mejor que yo y ahora muchos años después entiendo a que se refería cada vez que me decía “que siempre fuera yo, que fuera diferente”. Ella, en la sabiduría que llevan las canas, entendía que siempre estaría en el medio, que transitaría entre mundos en los cuáles mi unicidad me definiría. 

En mi adolescencia y en un colegio de solo hombres, mis buenos modales y mi interés, no por los deportes sino por la lectura, era una desviación de lo que supuestamente definen a un hombre dentro de nuestra cultura. El hombre caribeño debe ser fuerte, agresivo, debe transitar en el espacio público, no refugiarse en casa y ni en ningún lugar cerrado y mucho menos apreciar las artes, ser desinteresado, simpático, afable y abnegado, eso es para la mujer. Por primera vez puede ver que no había concordancia entre mi realidad biológica y mi realidad esencial. La molestia que esto me causaba derivaba en dolor y en odio hacia eso que me definía solo porque no podía ser parte del grupo y al mismo tiempo apreciaba eso de mi, el no ser como los demás, tenía recompensas a las cuáles ellos no podían acceder por ser uno más. En esta edad también comprendí que siempre viviría con ese malestar de ser y no ser; de pertenecer y no; que siempre sería un diferente, un otro, un raro, un outsider y que las ventajas que eso traía eran mayores que la simplemente pertenecer y cumplir con lo esperado por un hombre caribeño. 

En mi primera adultez, lo anterior ya era problema ahora las dudas se trasladaban a encontrarme en un espejo, a ver en otros algo de mi, seguía sin encontrarlo. Hacía preguntas todo el tiempo e incluso apareció esa que definiría el rumbo de mis intereses ¿Por qué son escasas o inexistentes las representaciones de personas negras, homosexuales o discapacitadas, en general del diferente, en nuestras ficciones televisivas? ¿Por qué estos personajes son representados a partir de estereotipos y no como iguales ante los demás? ¿Por qué no hay alguien como yo en la televisión si en este nuevo espacio académico he encontrado varios como yo? ¿Acaso es imposible que exista un negro homosexual inteligente o simplemente un negro o negra que no sea un excelente deportista o un exitoso artista en el mundo musical o de la danza? ¿Será que lo único que se espera como ideal en mi color de piel es ser uno de los dos, que nuestros mundos posibles son nada más que eso? Me negaba a creer en esa idea, de que estuviera determinado a ser eso, sentía que mi potencial, mis intereses iban más allá y finalmente pude entender a que se refería mi abuela: que no importa cuanto esfuerzo haga por escapar de mi realidad biológica, esta siempre me definirá, creará imágenes de mi antes de que comience a hablar porque lo mas evidente en cada ser humano es su cuerpo y siempre nuestra primera lectura se hará a partir de él; que por eso, por la diferencia entre lo esperado y lo que soy sería un diferente y que no había nada de malo en esto pues si bien en nuestros cuerpos se inscriben discursos de los cuáles no nos percatamos de manera consciente, nuestros actos determinan otros que lo enriquecen, ya sea desde la contradicción o la afirmación de estos. 

Juan Pájaro Velásquez

No hay comentarios.:

Publicar un comentario