lunes, 1 de octubre de 2018

Mx. Bird


Un concepto que se me hacía ajeno fue lo que experimenté en este fin de semana, atravesé por mi cuerpo y conciencia, eso que las mujeres han venido haciendo desde hace mucho tiempo como mecanismo de resistencia a las violencias infligidas contra ellas y que ahora es una bandera para construirnos y pensarnos desde otros lugares más allá de la competencia y la lucha por el poder y esto es la sororidad.

La noche recién empezaba, en el día la ansiedad fue la constante, una herida imprevista parecía que arruinaría aquella puesta en escena que se había originado hace mucho tiempo, mas no había sido materializada por los distintos miedos que me invadían y a pesar de haberlo expresado más de una vez y con mayor seguridad desde el momento en que Juli, me puso frente a un espejo y empezó a delinear mis ojos y pintar mis labios, no sé con exactitud cuánto ha pasado de ese día, pero en esa intervención que buscaba no ser más que un tiempo suspendido, la voz de ella, mi feminidad, cobró mucha más fuerza, ya no quería ser la que escribe los textos expresando su rebeldía o esos silencios que gritan fuerte en los cuartos propios que las mujeres suelen tener y guardar como espacios para ser, quería en mi corporalidad caminar, ver y hablar el mundo en primera persona.

El ánimo había decaído, tejía entre murmullos y pensamientos un nuevo encierro. Me limitaba a expresar excusas en mi precariedad, pero ellas, como muchas veces lo han hecho me salvaron. Llegué a su casa, sin esperar algo más que la sutileza constante que hasta ahora me acompañaba, pero sus ojos me tenían preparado otro destino y en una construcción hecha por ellas, mediada por muchos cambios de ropa, maquillaje prestados, perfumes regalados, me convertí en la mejor versión que mis amigas podían tener de mi, de Alice, Mx. Bird.

Nací como el regalo de ellas para una voz que por primera vez se hacía cuerpo, era la Alice de todas, el reflejo de las miradas de Claudia Espejo, Victoria Almeida y Shetza Chicacausa. La Alice que tenía que ser, la atravesada por historias de amor y dolor, por los deseos, por la bronca de tener que cuidarse de más solo por sólo expresar su feminidad, por ser aquella que usa el arte como política. Esa noche me sentí todas, las recordé y llevé conmigo las sinnúmero de veces que habían rescatado, sin saberlo, el cuerpo que por unas horas habité como una obra de arte aún en deconstrucción, sin género y más cerca de lo que soy.

Soy también el resultado de otra mirada, la de la representación y Kenia Hernández en un juego de exploración y descubrimiento ante la persona que muchos ojos ayudaron a crear, me reveló y el sonido de espejos, lentes y diafragmas capturando la luz convertida en pixeles se transformaron en la expresión de todos esos puntos de mira, como prismas invertidos dieron vida a la Alice de todas, a la Alice nacida en la sororidad.

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